lunes, 15 de mayo de 2006

Las salinas

Amaneció con ese frío polar que ya se me estaba haciendo muy familiar. No me atrevia a sacar la patita por debajo de las mantas. Armandome de valor me levanté y encendí una estufa de infrarojos desvencijada que había en la habitación y salté de nuevo a la cama. Una vez templado el ambiente me duche como pude, desayuné y fuí a ponerle 'nafta' al 'carro'.

A las 8 en punto estaba ya en la estación esperando a Rosa y su niño (mira tu por donde se llamaba Franco, que cosas). Había quedado con ella para bajarla hasta Tilcara o Purmamarca. La verdad me apetecia algo de compañia o los 200 o 300 km se iban a hacer insoportables y fue un acierto. Charlamos de todo. Desde si era fácil o no irse a España a trabajar (tema inevitable) hasta todo lo relacionado con estas tierras que ella conoce tan bien. Me contó que ir a por leña eran como mínimo 4 o 5 horas. Me explicó los secretos de todos esas casitas y altares que se ven por la ruta. Esta el 'Gauchito Gil' con banderas rojas. La 'Difunta Correa' con cruces. La 'Pacha Mama' en forma de montoncitos de piedra. Demasiado largo de contar aquí.

También me contó sobre el uno de noviembre. Y como hay que honrar a las almas nuevas (difuntos con menos de 3 años) y a las viejas. Del luto. De como se preparan kilos y kilos de pan para repartir ese día entre los muertos y los vivos. La parte de los muertos tiene que ser enterrada, justo donde se enterro el año pasado. La de los vivos se regala a cualquiera que venga por casa a compartir el dolor por los que ya no están.

Así, hablando, llegamos casi a la altura de Purmamarca. Yo quería ir a las Salinas y le conte mi plan y que si le venia bien que los dejase allí. Para mi sorpresa, me preguntó si podía venir conmigo y como no seguimos ruta hacia las salinas. No sin primero detenernos en el pueblo a comprar algo de beber y comer y algún regalito que otro (una ruana, un chal y una bufanda de lana). Ella me advirtió que en Bolivia todo eso estaba mucho más barato, la verdad yo ni lo vi al cruzar ayer. Ya lo sabeis para la próxima.

Menudo infierno de puerto. Mil metros de desnivel en interminables curvas. Menos mal que el firme estaba excelente y las vistas compensaban todo. Cortadas, cañones, montes de todos los colores. Coronamos el puerto y la recompensa fue aún mayor, a lo lejos una mancha blanca delataba la presencia de las salinas. La extensión que se adivinaba era impresionante. Todo a lo grande.

La bajada más tranquila, sin tantas curvas. En un ratito estabamos con los pies sobre la sal. Daba miedo mirar a lo lejos. No se decir cuando podía medir aquello. Nunca he visto nada así ... tan llano .. tan lejos el horizonte ... tan blanco y tan morfifero. Nada crece allí. El sol cae, rebota en el suelo y te achicharra por todas partes. A lo lejos, el aire hirviendo en el suelo hacia imaginar agua en el horizonte.

La salinas estaban cruzadas por una linea negra de asfalto, nos adentramos en ellas y llegamos a unas construcciones (por supuesto de sal) donde estaban los trabajadores de las salinas. No puedo imaginar trabajo más duro. Embozados hasta las cejas ... con sobreros de ala ancha. Sólo se les podía ver los dientes medio podres y los ojillos detrás del pasamontañas. Tallaban y vendía figuritas de sal y otras artesanias, las tenían expuestas al lado de las 'piletas', unos rectangulos de 1x2 metros donde se 'cultivaba' la sal.

Escondidos del sol y de sus reflejos en la sal, nos comimos el bocadillo con agua y nada más. Nunca me supo tan rica el agua. Tenía los labios cuarteados y la sola visión de la sal parecía que daba aún mas sed.

Nos dimos la vuelta y el retorno se hizo aún mas corto. Seguí conduciendo dejando atrás la quebrada y todos sus colores. Sin duda una de las maravillas de la naturaleza, justamente nombrada patrimonio de la humanidad.

En un periquete llegamos a 'Perico' la ciudad de Rosa, la dejé en la puerta de su casa. A penas me apartaba un par de kilómetros de la ruta. Me despedí, cambiamos correos y ya notando el cansancio puse rumbo a Salta. El camino era casi todo de autopista y en menos de una hora ya estaba en el 'Backpackers' de Salta pidiendo mi habitación.

Salta es más grande que Jujuy. Las calles peatonales (como no una se llama Florida) estaban llenas de gente incluso a esa hora (ya oscurecido). En la recepción, Mauro, me comentó que esa noche estaba en marcha una cena en el hostal, al parecer el cocinero es un catalán. No supo decirme que iba a preparar, pero no me lo pense dos veces. No iba a meterme en la habitación a dormir.

Subí a la terraza y allí encontre a Mikel (vasco) y Dani (el cocinero). Dani era cocinero en un buen restaurante de Barcelona, pero lo dejo para recorrer el mundo y ahora trabajaba aqui ahorrando para dar el salto a Australia. Con Mikel pasaba algo parecido, vino una vez a Salta y le gusto tanto que se quedó. Como no, terminamos hablando del estatut ese. En mi descargo diré que yo no saqué el tema, pero claro, me picaron.

Al final terminé por comerme la fideua (o como se escriba) que preparó Dani en compañia de la única solitaria como yo que habia esa noche. Una argentina medio estadounidense que medión un poco de conversación esa noche, y nada más, palabra. Tenía que haberle preguntado si quería también desayunar.

_lasaldelatierra_

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