miércoles, 17 de mayo de 2006

De la selva al desierto

Eran menos de las 9 de la mañana, ya había hecho alguna foto del amanecer sobre la plaza mayor, desayunado y ya estaba pidiendo mi coche para las dos jornadas que quedaban.

El viaje a Cafayate era el más duro de los que me quedaban, 300 km todo por carreteras tipo nacional y sin copiloto, pero me encontraba muy descansado y con ganas de ver que se iba escondiendo detrás de cada recodo del camino. Desde Salta hubiesen sido los mismos kilometros que desde Tucumán, pero el devolver el coche en Tucumán multiplicaba el precio del alquiler por dos. Así que me perdí el tramo Salta-Cafayate, a la altura de Humahuaca según había oído.

De Tucumán se sale por el sur para ir a Cafayate. En todas las ciudades que conozco, el sur es lo más pobre y Tucumán no es la excepción. La autopista que me llevaba a Tafí del Valle (mi primera parada) era de lo más curiosa: un par de carros en el arcén, gente cruzando a pié, mulas pastando en la mediana, coches cambiado de sentido al mismo nivel que el tráfico. Todo muy pintoresco.
Salí de los límites de la ciudad y empezó el campo y apareció el carte de fin de 'multitrocha'. Quise interpretar que entrabamos en la 'monotrocha'. Así fué y entramos en el Tucumán más rural. En cuanto enfilé la carretera de Tafí unos kilometros después, lo primero que me llamó la atención fue como la vegetación se apoderaba de todo. Mucho más de lo que se ve en Asturias. Incluso los cables de la luz está colonizados por unas hierbas equilibristras. Kilometros y kilometros de limoneros y detrás las primeras curvas del comienzo de un puerto de 2000 metros.

La vegetación y las curvas se fueron cerrando al unísono. Muy pocos coches y alguno que otro camión que no costaba adelantar en estas pendientes tan pronunciadas. A medio puerto, esperaba 'El Indio'. Otro indio, menos realista, aunque en actitud muy parecida al de Humahuaca, y como allí a su alrededor una docena de puestecillos de artesanias varias, florecian al calor de los turistas y viajeros.

Continué camino y puerto hasta que unos kilometros después y en un abrir y cerrar de ojos el verde se transformo en pardo, la cuesta en llano y entra en el valle del dique La Angostura. El primer pueblo al pasar, El Mollar, está un poco fuera de ruta pero tiene un tesoro que merece la pena pasar a ver. Al lado de la plaza principal se puede ver un bosque de menhires recogidos por toda la comarca. Las piezas de entre 1 y 3 metros de alto estaban muy desgastadas y sólo en algunas se apreciaba la talla original. Una cara, las orejas de un animal y alguno que otro en los que estaba más que sugerida la forma fálica. Lamentablemente perdida su ubicación original, se ha perdido mucho de su significado. El poco cuidado de los alrededores del parque también hace que se pierda gran parte de la magia.

Seguí mi camino hasta Tafí del Valle, algo más grande y en plan residencial. Muchos tucumanos tienen su segunda casa allí. El 'yacht club' no es Puerto Banús, pero algo es algo.

Me dí un largo paseo por el pueblo, medio en obras y acerté a pasar por 'el Félix' donde me atreví de nuevo con la comida regional. Tamales, humitas, empanadas. No pude con el locro. Los tamales no me terminan de convencer, demasiada grasa y casqueria entre el maíz. Pero al igual que las humitas, lo más llamativo su presentación. Van envueltas en hojas de maiz.

Descansé un ratito en la plaza, tanto choclo (maíz) llena demasiado. Me quedaban más de 100 km hasta Cafayate. En medio el resto del puerto, Amaicha del Valle y el museo de la Pachamama y Quilmes.

El recorrido era de pelicula del oeste. Secarral. Cortadas. Cardones. Esperas que salga Clint detrás de un cactus en cualquier momento. En medio del camino y en el punto más alto del puerto está el observatorio astronómico de Ampimpa. Primero pase de largo, pero di la vuelta y subi me metí por el caminito de tierra que subia al observatorio con la intención de cambiar todos mis planes y hacer noche allí. Había leido que se podia quedar uno a dormir y ver las estrellas en aquel sitio privilegiado. El telescopio no era muy grande, pero daba igual, la vista tenia que ser alucinante. Lamentablemente no había sitio para quedarse, todas las cabañas estaban ocupadas por una excursión de un colegio (malditos) y me fui realmente abatido, una de las cosas realmente únicas que me he perdido de este viaje.

Continué mi camino maldiciendo.

Llegué a Amaicha del Valle y paré en su museo de la Pachamama. Era el único visitante y el guía que me recibió (de rasgos indigenas) me enseño todo el museo con una paciencia y dedicación que me asombraron. Supongo que también le asombró a el todas mis preguntas sobre el sitio y la cultura indigena. El museo es creación de un artista autodidacta local, el Sr. Cruz, así me lo describió el guía. Todo en el museo está diseñado por el, estructuras y adornos. Muchas de las obras que se exiben son de él o de su taller, casi todas de temática indigena, para mi muy repetitivas pero de cierta calidad. Me pregunto de donde han salido todos estos fondos, la verdad es que para estar perdido en medio de la nada es un lugar cuidado y que cuida de la herencia de los primeros habitantes de esta tierra. Eso si, a la puerta una tienda de museo desproporcionada con respecto al resto de instalaciones.

Aún temprano, pero casi sin luz ya que el sol se ponía detrás de las montañas, continué hacia Quilmes. Las ruinas del pueblo Quilmes. Durante la conquista, se trasladó por su rebeldía a todos los habitantes de este pueblo a la actual Quilmes al lado de Buenos Aires capital. En el camino a pié murieron casi todos ellos, y de los pocos que llegaron se dice que murieron sin descendencia. Nada de lo que estar orgulloso, aunque parte de la historia real se convirtiese en leyenda que quizás ampare hoy hechos no tan ciertos o verificables. Brindemos con una Quilmes por ello, que es casi como si hubiese una cerveza 'Numancia' en España.

Casi no me dió tiempo a nada, el pueblo está al pié de la montaña y ya en sombra. No queda nada, el trazado de calles y casas, y cardones por todos lados claro. Queda menos que de Medina Azahara.

Seguí hasta Cafayate del tirón y con las ultimísimas luces deje el coche y mis cosas en el hotel (una casa de una planta reconvertida en hosteria) y me fui a la plaza mayor a disfrutar de un paseo y del atardecer. Cafayate es un pueblo pequeño, pero algo mas grande que los que vi hace unos días por el norte. La influencia de Salta es evidente y la prosperidad de los viñedos se deja notar en la plaza y la catedral.


Me acosté y me dormí en un santiamén.

_sinverlasestrellas_

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